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Château de Beaucastel

En 1321, bajo el reinado del Papa Jean XXII, se trajeron cuatro barriles de la bodega papal para ser llenados de vino en Châteauneuf. Luego, los Papas plantaron nuevas vides y comenzó la leyenda del...
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Château de Beaucastel

Nunca fue aplicado en los estudios, más bien travieso, pero no era por incapacidad, más bien porque no le atrapaba nada. Y eso es lo que al principio le pasó con el vino. ¿A quién no le ha pasado que al nacer en un entorno familiar dedicado a un negocio o una actividad laboral no le coge un poco de manía al mismo? Pero lo que en un principio era una pesadez para él se convirtió en su proyecto de vida. ¿Cómo?

Pues gracias a una idea de su padre que le puso a estudiar en la Escuela de Viña y Vino de Madrid para ver si nuestro protagonista se “enderezaba”, y allí en el primer trimestre ya se dio cuenta de que se había enamorado del mundo del que en cierta manera quería huir. La obligación “por ser hijo de…” tornó en “quiero dedicarme a hacer vinos”. Ay, cuántas vidas y carreras ha encarrilado esta escuela madrileña.

Tras esta epifanía, que dirían los anglosajones, Diego comenzó un proceso esponjil en el que no dejó de absorber conocimientos, y con 21 años obtuvo una beca para trabajar en la vendimia de Château Fayau Cadillac. Allí nació su amor por “los vinos bordeleses de la margen derecha de la Gironda”.

Tras terminar sus estudios de Enología decidió que debía seguir aprendiendo sobre el terreno e hizo las américas. Trabajó en la vendimia de la bodega O. Fournier de Mendoza, Argentina, y más tarde trabajó durante dos cosechas en la bodega chilena Viña Errazuriz.

A su regreso a Europa trabajó para la familia Thienpont, una de las más emblemáticas del Pomerol, propietaria de Vieux Cháteau Certan y Le Pin.

Con tan buen bagaje ya tenía los conocimientos suficientes para dejar el trabajo en la bodega familiar y volar en solitario. Decidió que se iba a trasladar al Bierzo para hacer vinos muy personales bajo el auspicio de emblemático Raúl Pérez, de quien dijo “estoy muy agradecido a Raúl, sin él no habría venido aquí”.

Funda su bodega con el nombre de Dominio de Anza en honor a su madre Esperanza, y comienza a elaborar vinos de escándalo que le valen las mejores consideraciones de la crítica y del público más entendido. Es uno de los miembros del selecto grupo de enólogos que han puesto al Bierzo de moda con unos vinos de gran prestigio.

Su cuartel general está en la zona de Villafranca del Bierzo, donde ha conseguido hacerse con unos viñedos impresionantes de entre 80 y 100 años de edad, difíciles, muy suyos, pero que en contraprestación a un arduo trabajo le entregan unos vinos dignos de los dioses del Olimpo.

Pero Diego Magaña no se ha conformado con entrar por la puerta grande con sus vinos del Bierzo, recientemente ha comenzado a elaborar en la Rioja Alavesa, y más concretamente en los municipios de Elvillar y Laguardia. Allí ha alquilado un espacio en una de las cooperativas locales, un rinconcito donde podemos asegurar que va a seguir haciendo magia con las uvas.

Con la juventud que atesora estamos seguros que este hacedor de vinos nos tiene reservadas grandes sorpresas, quién sabe si en el futuro no se desmarcará con algún vino propio en su tierra navarra. Lo que sí sabemos hoy en día es que los vinos de Diego Magaña son un regalo, puro hedonismo desatado, un éxtasis de gozo y pura vida. Imprescindibles.